Ya estoy completamente harto de ese discurso idiota que usa el término PUEBLO para referirse a determinados sectores de la ciudadanía de un país con exclusión de otros. Es posible que algún día consiga que alguno de los muchos que cultivan esta absurda línea de pensamiento me lo explique de manera satisfactoria, pero mientras eso no suceda no me quedará más remedio que seguir preguntándome una y otra vez qué rayos se supone que debemos entender por PUEBLO.
De acuerdo con ese discurso, qué parte de la ciudadanía es PUEBLO y cual no ?. Y quién decide, y con base en qué criterio, cuál es la línea que separa a una de la otra ?. Porque es muy claro que el análisis de los criterios aplicados en cada caso es fundamental para establecer la validez de un argumento, dado que cualquier argumento requiere a todas luces de fundamentos sólidos, o cuando menos razonables. Es más, según lo poco que recuerdo de mis lecciones de lógica, para ser considerado válido un argumento exige en primer lugar que sus premisas sean válidas de manera evidente en términos objetivos, lo cual descarta naturalmente cualquier forma de creencia prejuiciosa, sentimientos que se deriven de situaciones puntuales, experiencias personales y toda otra circunstancia que pueda conducir a una interpretación subjetiva de la realidad.
Entonces, haciendo a un lado todo capricho intelectual, qué elementos determinan que una persona o conjunto de personas sean más o menos PUEBLO que otras?. De hecho, el vocablo latino POPULUS, que es la raíz más cercana y cierta que tenemos de este término, refería al conjunto de ciudadanos romanos, es decir, aquellas personas que en la república romana gozaban de plenos derechos civiles, y a las que alcanzaban por lo tanto las obligaciones asociadas a ellos, cualquiera fuera su condición o estatus social y económico. Ateniéndonos a este significado, PUEBLO sería en realidad el conjunto de la sociedad que ostenta el derecho y la responsabilidad de decidir el rumbo de las políticas públicas de un estado o nación, con total independencia de cualquier diferencia social, cultural y económica entre los individuos que la integran. Si eres ciudadano eres sin la menor duda parte del PUEBLO, sin importar qué tan acertadas o equivocadas puedan ser tus convicciones personales respecto de uno o más asuntos de interés público, ni si eres más o menos rico o pobre, que hasta donde he logrado determinar parecería ser la medida empleada por quienes sostienen que algunos son PUEBLO y otros no, o por lo menos no tanto, confundiendo de manera muy clara el concepto PUEBLO con el de clase social.
Y esto último me lleva a otro concepto igualmente ridículo del mismo discurso, que no es otro que el concepto de CONCIENCIA DE CLASE, asociado al de CLASE TRABAJADORA, ambos derivados de la más que harto superada teoría marxista, que recoge una visión del mundo y de las relaciones sociales que no tiene ya correspondencia alguna con la realidad actual. Quizás hubo un tiempo en que la sociedad podía dividirse en términos bastante generales entre privilegiados y obreros explotados, aunque la verdad es que desde los albores mismos de la civilización humana siempre existieron categorías muy distintas de trabajadores. En el antiguo Egipto, para mencionar sólo un ejemplo, no era lo mismo ser un escriba que un artesano o un campesino. El acceso a determinados recursos y calidad de vida no eran iguales para todos, y eso sigue siendo todavía así, porque la distribución y retribución del trabajo en función de las aptitudes personales es parte de la forma en que los humanos nos organizamos como sociedad. Es algo que se da naturalmente, porque dependiendo de cuáles sean los objetivos generalmente aceptados por una sociedad algunas tareas se consideran más importantes y valiosas que otras. En las primitivas comunidades nómadas el cazador o recolector más hábil era sin duda alguna mejor considerado que sus pares menos aptos, mientras que en las sedentarias las tareas vinculadas al gobierno, administración, defensa y otras relevantes para la identidad de la comunidad, como las religiosas, eran ya notoriamente mejor valoradas que otras funciones también necesarias pero que no requerían en cambio de habilidades o conocimientos más singulares o menos comunes. Entonces, lo cierto es que a través de nuestra evolución nunca existió una CLASE TRABAJADORA propiamente dicha. Por el contrario, el universo del trabajo siempre ha sido naturalmente diverso. Lo único que ha cambiado es la forma en que apreciamos y retribuimos las modalidades de trabajo menos calificadas, la cual ha mejorado sustancialmente en el transcurso de los últimos cien años, aunque claramente seguimos asignando mayor valor al trabajo intelectual y la mano de obra calificada, así como a ciertos talentos particulares, como es el caso en el terreno de las artes y el deporte.
No pretendo decir que el hecho de que ciertas situaciones se den naturalmente, sólo porque en general el individuo humano tiende a comportarse de un modo y no de otro, invalide en modo alguno los esfuerzos y sacrificios que se han realizado para construir sociedades más justas y equitativas, y por ende menos violentas (aunque de cualquier modo parecemos empecinados en inventar siempre nuevas excusas para agredirnos unos a otros). Tampoco intento negar la importancia del rol que determinados sistemas de ideas, incluso aquellos que han alentado las más espantosas violencias y conducido a la postre a excesos iguales o peores a aquellos que se proponían erradicar, han jugado al generar cambios culturales que se tradujeron en una mejora significativa en la calidad de vida de vastos sectores sociales que se hallaban marginados y sujetos a condiciones que hoy consideramos inadmisibles. Sólo digo que si deseamos seguir avanzando por este camino, sin volver a cometer una y otra vez los mismos errores, necesitamos abrir nuestra mente a la interpretación de la realidad tal cual es y no cerrarnos en prejuicios ideológicos absurdos, en particular aquellos que proponen la división y confrontación entre sectores sociales presuntamente virtuosos y perversos. Tal cosa no existe ni ha existido jamás. La famosa GRIETA es un invento estúpido, al igual que la dicotomía entre PUEBLO y cualquiera sea la categoría que se pretenda atribuir a quienes se presume que no califican como tal. Son ideas alentadas por ciertos operadores que hacen su agosto a costa de la división social y aceptada por personas que encuentran en ellas una fácil explicación para sus carencias y falencias particulares, y un modo de considerarse por completo ajenas y en absoluto responsables ni siquiera de sus propios errores o las malas decisiones que hayan podido tomar en sus vidas.
Las diferencias de todo tipo entre los seres humanos existen, y asumo que continuarán existiendo por largo tiempo, a menos que la naturaleza humana experimente un cambio muy radical. En este contexto, nadie puede controlar bajo qué circunstancias viene al mundo, así como no podemos controlar cómo y cuando nos tocará partir. Culpar a otros y etiquetarlos como enemigos por lo que nos ha tocado en suerte, y peor aún por los desaciertos en que hayamos podido incurrir, no tiene el menor sentido. Es de hecho, para no caer en falsas modestias, una completa imbecilidad. Por eso creo que nos haría bien dedicar algún espacio a la reflexión y comenzar a archivar de una buena vez esa tontería de que algunos calificamos como PUEBLO y otros no. En el acierto o en el error PUEBLO somos todos, y mientras no entendamos eso seguiremos cultivando divisiones tan inútiles como peligrosas. Compartimos un mismo barco, en el que tan importante es la función que cumple el capitán como el más humilde marinero. Cada quien debe tratar de hacer su mejor esfuerzo desde la posición que ocupa, porque lo que cuenta es que el barco no se hunda. Y sí, alguno dirá que en ocasiones el capitán puede ser tan inepto y hasta abusivo que no hay más remedio que sacarlo del medio, pero esas suelen ser circunstancias excepcionales. Por lo general cada quien obra según su mejor entender y parecer, con relativa buena fe y hasta sinceramente convencido de tener la razón, pero en cualqier caso tenemos que aprender que todo aquello que no sea esencial para que el barco en que viajamos todos se mantenga a flote es negociable, y que no vale la pena matarnos unos a otros en el proceso.